Lo admito, soy un fan absoluto de las series. Además, soy de
los que van de “no veo series españolas”. Pero no lo hago por parecer
intelectual, es que las que se hacen aquí o me parecen malas (igual que muchas
de los USA) o están bien hechas pero no me interesan.
Estaba hablando hace media hora con un amigo sobre una serie
que ambos vemos, que se ha convertido en fenómeno de masas: Walking Dead.
Está en su cuarta temporada y él como buen aficionado ya se
ha bajado todos los capítulos de la mid season (dividen la temporada en dos
mitades, ocho capítulos y te dejan con la miel en los labios, a punto del
ataque de histeria unos mesecitos hasta que sepas qué demonios pasa al final).
Yo también la sigo, pero la temporada anterior me costó un
poco acabarla y no me había enterado de que la cuarta se estaba emitiendo ya.
No es que ya no me guste, es que es demasiado dolorosa.
Sin desvelar nada a los millones de personas sin vida social
que tienen a los caminantes entre sus visionados obligatorios de la semana,
esta es una serie de un apocalipsis (original al máximo), en este caso zombie.
La mayoría de la población se ha convertido en seres sin
cerebro que comen humanos. Los humanos son minoría y deben enfrentarse a todos
esos zombies con hambre atrasada. También deberán luchar con otros grupos de
humanos. Como son pocos, lo normal es que se maten entre ellos en vez de
unirse. Muy humano.
Os podéis imaginar cuál es la dinámica básica de la serie:
muerte y sufrimiento. Nadie está libre de estos dos componentes. Ni los protagonistas.
Así que una vez entras en su mundo, te resignas a ver morir de forma brutal a
personajes de ficción a los que habías llegado a querer más que a personas
reales (no es tan difícil).
Es lo que tienen las series modernas: son “realistas”.
Vamos, que los guionistas están deseando que un protagonista sea el preferido
de todo el mundo para cargárselo. O hacerle sufrir viendo como mueren sus seres
queridos, que es peor. Estoy convencido que para ser guionista de una serie es
necesario haber tenido una adolescencia traumática. Que todo el mundo en el
instituto se riera de ti. Ahora llega su venganza, destruyendo las vidas de los
demás.
Pero no es la única que sigue esta línea. Como os decía, es
lo habitual, no hay serie que quiera estar en todas las listas de “las diez
mejores de la historia de la televisión” que no esté dispuesta a sembrar el
dolor y la consternación en millones de hogares.
Su objetivo es conseguir que al acabar un capítulo, mientras
salen los títulos de crédito, la expresión del espectador se encuentre
desfigurada por lo que acaba de ver, que no sea capaz de procesar las imágenes
que su retina ha almacenado, con la boca entreabierta, desencajada y los ojos
como si fueran los de un dibujo japonés. Musitando en voz baja “Dios mío, oh dios mío, no puede ser”.
Así que me he propuesto no hacerles el juego. Conmigo no lo
conseguirán. A partir de ahora mismo prometo coger manía a todos los personajes
de Walking Dead, Juego de Tronos, Breaking Bad, Homeland, Los Soprano,
Boardwalk Empire.
Me da igual que mueran, sufran amputaciones, pierdan a su
mujer, marido o hijos, que su negocio familiar sea arrasado por el fuego. Se
acabó seres malvados, no volveréis a hacerme llorar. Lo juro.
Y si no soy capaz de mantener mis ojos secos, entonces me
pasaré a ver solamente comedias de situación.